El girasol de Mónica

Rostro de perfil de Mónica Cortes, una mujer jóven de piel trigueña y cabello castaño que dirige su mirada hacia el cielo
Mónica Cortés vive con una condición denominada ceguera cortical. Es artista empírica y se ha memorizado los olores de ciertos colores para distinguirlos. Su gusto y su tacto son también sus herramientas en su obra pictórica. Foto de: Albúfera Creativa.

La sala está decorada con diferentes plantas y coloridas pinturas que susurran historias desde las paredes del apartamento. Mónica no espera a que me acomode para mostrarme el cuadro que inició hace poco más de una hora.

Es un lienzo rectangular. Está dividido en tres franjas separadas por dos cintas de enmascarar que lo cruzan en línea recta de un extremo a otro. El recuadro de arriba tiene bordes azul marino que se aclaran hacia el centro en un azul costero; en el medio, un recuadro de color rojo navideño y rojo brillante en el interior; y en la parte inferior, un marrón canela que termina en siena quemada. 

Charlotte, su hija menor, sentada sobre un sofá en la sala, comiendo trocitos de melón, le hace preguntas tímidas a su mamá y a su prima Judith, como para llamar mi atención. Samantha, una perra golden retriever de 15 años, me olfatea con curiosidad.

 «Nací en el municipio de La Plata en el Huila y a los 19 años me vine a vivir a Bogotá». Mónica Cortés tiene 32 años, tres hijos, es artista empírica y hace poco más de dos años perdió la vista.

Primera parte: corola o cabezuela floral

Vestida con una bata blanca, retoma su obra dibujando una semicircunferencia con un pincel delgado untado en acrílico negro que, tras su paso sobre la tela, va dejando un mínimo relieve. Para verificar que este húmedo, de cuando en cuando lo acerca a sus labios hasta rozar sutilmente la pintura.

El semicírculo ocupa toda la parte derecha de los recuadros azul marino y rojo navideño. Luego, con trazos seguros y usando acrílico color café moca, rellena la semicircunferencia, la corola o cabezuela floral de lo que empieza a ser un girasol.

En la distinción y selección de los colores, su principal aliado es el olfato. Por ejemplo, el acrílico color café moca le huele a lo que los geólogos y químicos llaman petricor, el olor a tierra mojada, ese aroma fresco que se desprende luego de la lluvia, producto de la interacción entre el agua, el suelo y los microorganismos.

Mónica me pide que huela el verde oscuro o verde caza que usa para trazar las formas que revelan las diminutas y numerosas flores tubulares que alberga la corola o cabezuela floral del girasol. Pero no logro asociarlo a nada. Sólo coincidimos en que se siente más amargo que el café moca.

Desde el 2018 una serie de convulsiones, causadas por una epilepsia focal refractaria – un trastorno neurológico crónico en el que las crisis epilépticas se originan en una región específica del cerebro – lesionó poco a poco su corteza visual. El término ‘refractaria’, se puede entender también como ‘farmacorresistente’, es decir, que las convulsiones no pueden ser controladas con el uso de medicamentos antiepilépticos.

«Cuando yo fui perdiendo la vista empecé a ver borroso. Ya no podía ver los letreros, sino solamente el color. Luego fue disminuyendo y veía todo muy lejos, más y más borroso y después fui viendo puras manchas de colores, mas no sus formas».

Durante cuatro años Mónica tuvo baja visión y empezó un proceso de acompañamiento del duelo en el Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos (CRAC), en donde aprendió, por ejemplo, a usar el bastón.

«Cuando me dijeron “vas a perder la vista y no sabemos exactamente en cuánto tiempo” mi familia me regaló un viaje para conocer el mar. Fui con mi hermano y aunque él me cuidaba yo no quería utilizar el bastón. Yo me negaba, no quería. Imagínese, por las calles de Cartagena, yo bien diva … ¿¡y con un bastón!? Ay, pero el mar, qué maravilla, qué colores. Yo veía todo entre manchas que se mezclaban, las del azul del cielo con el azul verdoso del océano, era muy bonito […]. Me levantaba, me metía al mar y me acostaba hacia arriba. Mi cuerpo flotaba, no sentía ni siquiera el peso. Pensaba en todo, en mis hijos, en mi familia, en qué momento iba a dejar de ver sus caritas…».

En su proceso artístico todo es orden, memoria y sensibilidad. En el último cajón de un mueble grande de madera, ubicado entre la sala y las habitaciones del apartamento en el que vive con su hermano Daniel, Charlotte y Samantha, están todos sus acrílicos organizados por tonos, principalmente de dos marcas: DecoArt y Amsterdam, una estadounidense y la otra holandesa.

La elección de los colores para el cuadro del girasol corresponde a los de las imágenes que Mónica retiene en su mente. Desde que empezó a pintar con acrílicos memorizó los olores de los que denomina ‘neutros’, el blanco y el negro, de los puros, como algunos matices de amarillos, rojos, verdes y cafés y también de los colores pasteles, que huelen «más a neutro» pues tienen mayor cantidad de blanco. Hay otros que no había memorizado y a esos les colocó uno, dos o tres puntos con silicona para diferenciarlos.

Segunda parte: lígulas o pétalos

Mientras avanza en su obra, empiezo a entender cómo utiliza sus manos como una regla para medir distancias y como un compás para bosquejar líneas curvas. Con el negro, siguiendo un mismo patrón alrededor de la semicircunferencia, traza la forma oblonga de las lígulas, que coloquialmente llamamos pétalos.

Por segunda vez, mi anfitriona me pone a prueba para distinguir un amarillo brillante de un amarillo ‘quemado’. Cierro los ojos para no distraerme, me concentro y me devuelvo a mi infancia. Logro identificar un olor a aserrín. Para confirmar, me pide que huela uno de los muebles de madera aglomerada de su casa. Le atino al olor de ese amarillo ‘quemado’.

Para ella es fundamental sentir la humedad de la pintura con las yemas de sus dedos o con el borde lateral de su mano derecha para esparcir uniformemente el color y repetir los trazos con precisión. Continúa con un tono crema o avena, con el que agrega luces a las lígulas.

Desde finales de 2022 la baja visión de Mónica se tornó en la condición que los neurocientíficos llaman ‘visión ciega’ o ‘ceguera cortical’. Sus globos oculares y sus nervios ópticos están sanos. Sin embargo, su corteza visual, ubicada en los lóbulos occipitales del cerebro, en la parte de atrás de la cabeza, cerca de la nuca, no procesa esta información.

Beatrice De Gelder, doctora en filosofía y profesora de Neurociencia Cognitiva en la Universidad de Tilburg en Países Bajos, una de las científicas que más ha estudiado esta condición lo enseña así en una entrevista que luego veré en YouTube: «La retina capta los estímulos visuales y los nervios ópticos los transmiten al cerebro sin problema, pero la corteza visual del cerebro se ha dañado por alguna enfermedad […]. Aunque los ojos reciban estímulos, la persona no percibe la información de manera consciente. Pero el cerebro inconsciente procesa parte de esta información visual a través de otras rutas».

Sobre estas otras rutas Fernando Cárdenas, doctor en Psicobiología y Neurociencia Comportamental y profesor asociado de la Universidad de los Andes, me comentará unos días más tarde que existen cuatro sistemas o vías que llevan la información que percibe la retina hacia las más de 30 regiones del cerebro que están relacionadas con la visión. Una de estas vías es consciente, las otras tres son inconscientes o subcorticales.

En la vía consciente, una estructura llamada el cuerpo geniculado lateral actúa como estación que procesa, organiza y transmite los estímulos hacia la corteza visual, donde ocurren los procesos perceptuales de la visión discriminativa, en otros términos, el reconocimiento de diferencias entre objetos, formas, colores y patrones.  

En las otras tres vías intervienen estructuras subcorticales del cerebro, es decir, las que están debajo de la corteza cerebral y se ocupan de los actos reflejos e inconscientes de la visión. 

Una de estas estructuras subcorticales es el núcleo supraquiasmático, que se hace cargo de los ciclos circadianos, mejor dicho, de regular los procesos biológicos del reloj interno que nos dice cuándo es de día y cuando es de noche. Otra es el colículo superior o tectum que se responsabiliza de las reacciones tipo reflejo ante la presencia de estímulos súbitos en el campo visual y rige los movimientos de los ojos, la cabeza y el cuerpo en defensa de objetos que se aproximan, entre otras funciones. Y la tercera estructura subcortical es el pretectum o zona pretectal que se encarga de los reflejos y acomodación pupilar a la luz y enfoque a la distancia.

Al observar a Mónica, me doy cuenta que sus globos oculares siguen lo que su mano va trazando sobre la tela. Sus ojos y las estructuras subcorticales que procesan la información visual inconsciente en su cerebro seguramente ven lo que va creando, aunque su conciencia o su corteza visual no lo sepa. Entonces, podría decirse que Mónica ve inconscientemente o, como me enseñó el profesor Cárdenas ve ‘subcorticalmente’ lo que pinta.

De allí que De Gelder afirme que «la relación entre ver y saber es más compleja de lo que comúnmente asumimos».

Cada decisión que toma Mónica, no sin consultar ocasionalmente mi opinión o la de Judith, refleja un trabajo conjunto entre los sentidos y los recuerdos visuales del color conectados con la memoria reciente y practicada de los olores y sabores de los colores.

«El arte potencia procesos a nivel sensoperceptual y hace que se afinen los sentidos. En el caso de Mónica, en ella se afina más el olfato y el tacto, lo que genera nuevas conexiones y formas de significar» me explicará más adelante Lina Acero, educadora especial, tiflóloga e instructora de talleres de cerámica para personas con discapacidad visual.

El sufijo ‘tiflo’ significa ‘ciego’ y ‘logos’ indica estudio o discurso, por lo que los tiflólogos son quienes se especializan en la enseñanza y aplicación de técnicas para personas con discapacidad visual.

Todas estas sinergias y nuevas conexiones tienen lugar en las ‘áreas de asociación del cerebro’, como me comentará también el profesor Cárdenas. Particularmente, unas de estas áreas se ubican en la corteza parietal del hemisferio izquierdo del cerebro, donde se dan las relaciones polimodales, que integran la información sensorial y los procesos relacionados con el lenguaje y la generación de conceptos o ideas.

Otra prueba. Esta vez con el gusto ante dos tonalidades de rojo. Uno me sabe más dulce que el otro, pero me siento tramposa porque antes de saborear los acrílicos los veo. El más claro lo asocio con la frescura de una patilla. A Mónica el rojo más oscuro le sabe a sangre y con este último decide dar unas ligeras sombras y detalles a las lígulas.

Autorretratos que expresan lo que hay en su mente y en su corazón, bodegones en ambientes cálidos y paisajes boscosos y marinos inspiran los lienzos que llena de vida el apartamento de Mónica. Foto de: Albúfera Creativa.

Tercera parte: tallo y hoja

Sólo falta el tallo, que para dibujarlo Mónica repite el proceso con el pincel delgado untado de negro y luego el relleno del croquis con un verde salvaje.

Como lo cuenta uno de los capítulos en el videopodcast ‘El Lazarillo’ del Instituto Nacional para Ciegos (INCI) que escuché antes de conocerla, la escena de la película del Titanic, cuando Jack pinta a Rose, la enamoró del arte y del dibujo. «Antes era muy autocrítica conmigo misma. El lápiz y el carboncillo se pueden borrar, pero me daba miedo el pincel, la pintura no se puede borrar […] Pero al perder la vista, no ves a dónde puedes llegar y si no tengo un límite en mi vista ¿por qué mis manos sí?».

Con este girasol la veo pintar con tranquilidad y libertad, así como lo siento al ver las aves en acrílico que conserva en sus paredes y que publica en su cuenta de Instagram.

Desde octubre de 2023, en el Centro de Rehabilitación para Adultos Ciegos (CRAC), empezó a dictar talleres de pintura para niños con discapacidad visual, con ceguera congénita y adquirida y también para sus familias. En el primero, les enseñó a relacionar algunos colores con olores, para, de cierta manera, despertar su curiosidad, motivándolos a tener una experiencia diferente del color, complementaria con la que habían aprendido por medio de la escucha, el lenguaje asociado y las sensaciones corporales como la temperatura.

Aplicando esencias de diferentes olores a pinturas de colores y poniendo las mezclas sobre cartulinas pequeñas les pregunta a los niños:

—¿El color amarillo a qué huele?

— Huele a… ¡galleta!

— Y ¿el que es verde?

—Huele a… vainilla.

— ¿El rojo?

— ¡A fresa!

—Y el color morado?

—¡A uva!

«Y a los papás les tapamos los ojos con una venda y también hicieron el ejercicio ¿para qué? para que se pusieran en los zapatos de los niños».

Dando los toques finales al girasol, añade luces y sombras al tallo con el color crema o avena y el verde oscuro o verde caza de antes. Quita las cintas de enmascarar que separan los tres segmentos iniciales del cuadro, lo firma y entonces entiendo: los azul marino y azul costero del primer bloque tiñen el cielo entre nublado en los bordes y despejado en el centro, mientras que los rojo navideño y rojo brillante simbolizan el horizonte en horas de la tarde y el café marrón canela y el siena quemada evocan la tierra a donde se aferra el girasol para mirar hacia la estrella mayor de la bóveda celeste.

Un rato después de haber terminado el cuadro, Mónica me invita a cocinar, o más bien, a verla preparar un delicioso brownie. Me cuenta que sus colores favoritos son el negro y el azul aguamarina, su sabor preferido el chocolate y su combinación predilecta el brownie con helado. La repostería y en general, cocinar, le ayuda a sentirse útil, además de ser otra de sus pasiones.

Antes de irme, junto con Judith y Charlotte jugamos dos partidas de dominó. Las piezas tienen los puntos en relieve. Quedé de tercera y cuarta en las partidas, pero al menos entendí que nunca pierdes cuando reconoces lo mucho que hay por aprender.