Era una mañana particularmente soleada en un parque urbano de Chía, un municipio al norte de la capital colombiana. A eso de las 10 a.m. Juan Camilo Montaña, el director y guionista, que resaltaba por su camiseta roja, conversaba con Camilo Portilla, su asistente de dirección y el único que sabiamente había llevado una gorra.
David Arrieta, el camarógrafo 1, ya tenía la nuca y parte del cuello ardiendo y sin desconcentrarse trataba de cubrir su piel con lo único que tenía a la mano, un saco negro.
Natalia Linares andaba pendiente de a quién le hacía falta un retoque de maquillaje y atenta con la claqueta «escena 8, plano 2, toma 1» ¡clac!
En acción, Juan Alejandro Orjuela que interpretaba a Diego, el personaje principal del cortometraje dejaba fluir sus diálogos con Gabriela Merchán, que sumergida en la actuación le daba vida y un tremendo carácter a Karen, amiga de Diego.
Sus palabras y todo alrededor del parque se amplificaban en el oído de Miguel Pulido, el supervisor de sonido que en otras escenas también era extra junto con Camilo Portilla y Santiago Cáceres, al que todos adulaban por su amabilidad y que cuando no estaba actuando se encargaba de la cámara 2.
Yolanda Botía apoyaba todo lo que podía en alimentación y transporte y Francisco Montaña en seguridad y logística.
Cortometraje: ‘El buen viaje’
Para graduarse como comunicador social con énfasis en audiovisual, en 2024 Juan Camilo Montaña dirigió y escribió el guion de un cortometraje de ficción. ‘El buen viaje’ narra las reflexiones de Diego, un personaje que frente a un inesperado suceso en la relación con su novia se sumerge en las drogas influenciado por Karen. Tras aceptar que sus numerosas preguntas no tienen respuesta y de reconocer la frivolidad con la que había vivido en medio de sus comodidades, decide aceptar los ‘no sé’ de su existencia y vivir con empatía cada día.
El rodaje tuvo lugar en calles, parques públicos y espacios cerrados en Bogotá y Chía. «Éramos un equipo pequeño. Algunos actuaban cuando, por ejemplo, no necesitábamos cámara 2 u otro rol. Todos eran estudiantes de comunicación que me conocían a mí porque son mis amigos de diferentes lados o grupos y yo lo que hice fue juntarlos. Nos entendimos muy bien, fue muy chévere», cuenta Juan Camilo.
Infancia y su anhelo de siempre… el cine
Juan Camilo nació en Bogotá en 2001 y es el tercer hijo entre tres mujeres. A corta edad le diagnosticaron glaucoma congénito y junto con su familia escuchó de los médicos un destino anticipado: «algún día vas a dejar de ver».
El glaucoma congénito es una enfermedad genética que afecta el nervio óptico y es causada por un desarrollo incompleto del sistema de drenaje del humor acuoso en los ojos. Este líquido incoloro, compuesto más que todo por agua, se encarga, entre otras funciones, de transportar nutrientes y oxígeno a diferentes estructuras del globo ocular, mantener la transparencia y preservar una presión estable que da forma y tamaño a la parte delantera o anterior del ojo. Cuando el sistema falla, aumenta la presión intraocular lo que puede lesionar estructuras vitales para la visión y comprimir el nervio óptico.
Clemencia de Vivero Arciniegas, médica oftalmóloga miembro de la red ‘Glaucoma Colombia’ y docente del Hospital Universitario San Ignacio, lo explica como si el ojo funcionase como un lavamanos, en el que hay una llave, agua y un sifón. La llave abierta libera el humor acuoso y el glaucoma congénito hace que las personas nazcan con el sifón dañado o tapado.
Las cirugías, como las que le practicaron a Juan Camilo siendo pequeño, tenían como fin abrir otro sifón y drenar el líquido por medio de válvulas para reducir el dolor y la incómoda y peligrosa presión que la acumulación del líquido generaba en su retina y nervio óptico.
La presión en sus ojos se estabilizó, pero pese a los esfuerzos médicos, a sus seis años la comunicación entre su retina y su cerebro se interrumpió. «Y claro, en el momento que pasó definitivamente, fue impactante […] y yo dije “listo, de ahora en adelante ya no tengo más cirugías”. Para mí fue, en parte, un alivio».
En palabras de Martalucía Tamayo, médica e investigadora del Instituto Javeriano de Genética Humana, una enfermedad huérfana como el glaucoma congénito, es aquella que afecta a un grupo reducido de personas en el mundo, para ser exactos a 1 entre 5000. A su vez, una enfermedad huérfana por lo general es progresiva y puede causar discapacidades sensoriales, motoras o cognitivas en el corto plazo y en su mayoría es una condición genética que incluye otras denominaciones específicas como enfermedades raras, ultra-huérfanas u olvidadas.
La infancia de Juan Camilo fue una época tranquila, de pocos amigos y de mucha lectura. Compartía bastante tiempo con su mamá, Yolanda Botía, a quien los médicos le dijeron que era importante que su hijo guardara en su memoria una gama amplia de imágenes visuales.
Su papá, Francisco Montaña disfrutaba mucho el cine y fue él quien le inculcó el gusto por el séptimo arte. Películas no muy comunes para su edad como El Padrino o El Señor de los Anillos lo marcaron, tanto así que desde corta edad supo qué quería ser cuando fuera grande: director de cine.
Adolescencia y su sueño intacto
Años más tarde empezó a socializar con mayor interés, a interactuar con chicas y a conformar un grupo reducido de amigos en el colegio. Compartía su amor y conocimiento sobre el cine y la literatura y, a su vez, ellos despertaron en él un gusto por la música.
Empezó a ser parte de una banda y tocaba la batería. Pero nunca, nunca dejó de ver películas ni de leer. Aunque aprendió Braille, el sistema de lectoescritura táctil, cuyo alfabeto se genera a partir de la disposición de seis puntos en relieve distribuidos en dos columnas verticales y paralelas, hoy en día prefiere los audiolibros o emplear el lector de pantalla en su celular o computador.
Y ve películas empleando en algunas ocasiones audio descripción, una herramienta que ofrecen las plataformas streaming que en simultáneo con la escena narra los elementos visuales de manera detallada y objetiva. Para él resulta particularmente útil cuando, por ejemplo, hay silencios muy prolongados. Pero también va a cine, donde no hay audio descripción, pero sí un rango de sonidos envolventes y un escenario presto para una completa atención sobre la narrativa.
Cuando tenía 13 años su profesor de español, a quien le encantaba el cine, les pidió investigar qué era un plano y qué era una toma. Como él ya estaba encarretado se cuestionó: «Yo quiero hacer cine. Voy a informarme si soy capaz de hacerlo» y aparte de la tarea, empezó a averiguar con más detalle cómo se hacía. Tomó cursos en línea de fotografía y de cinematografía. Y en ese momento se dijo a sí mismo: «listo, sí soy capaz de hacerlo» y se casó con la idea.
Se graduó del colegio y en 2019 empezó a estudiar comunicación social con énfasis en audiovisual en la Pontificia Universidad Javeriana con el sueño intacto de hacer al menos una película, como director o como guionista profesional.
Cámara, sonido … !acción!
«Es impresionante, es uno de los estudiantes con mayor cultura cinematográfica» así refiere Carlos Cortés, director de este pregrado a Juan Camilo. Y es que, cuando habla de cine, no sólo se emociona, sino que relaciona las películas, clásicas o en cartelera, con los tipos de movimiento de las cámaras, los encuadres, la fotografía, las corrientes históricas, las bandas sonoras y los gustos o particularidades de los directores.
«Dicen que alguien tan duro como [Alfred] Hitchcock, — el director de suspenso por excelencia— nunca miró por una cámara. Decía “necesito un plano medio” y dejaba que el fotógrafo pusiera la cámara y él ni siquiera miraba por el monitor, solo miraba las actuaciones» cuenta Felipe Martínez, director, guionista y productor de cine colombiano.
Ese día soleado en el rodaje de ‘El buen viaje’ los sentidos de Juan Camilo estaban atentos al más mínimo detalle de lo que sucedía en el set y a su alrededor. Su oído, por ejemplo, captaba las atinadas improvisaciones o los ocurrentes errores de los actores y extras en el orden de los diálogos, los ruidos exteriores que generaban que se tuviera que repetir la escena, los silencios incómodos generados con o sin intención y la naturalidad con que fluía o no la trama.
Entre toma y toma, Juan Camilo y Camilo Portilla, su asistente de dirección (y el de la gorra), conversaban sobre el proceso de etalonaje que luego tendrían que hacer para melancolizar la imagen con David Arrieta, también director de fotografía.
Esta es la técnica con la que se ajustan los colores de una escena para que junto con los elementos de audio, escenografía y vestuario cada una envuelva en emoción al espectador.
En este caso se trataba de una escena en la que Diego se sentía triste y estaba pensativo. Para transmitir esa emoción, en la edición posterior debían equilibrar con tonos fríos azulosos la agobiante luz natural mitigada por paneles de tela negra, por la sombra de un delgado y floreado Holly liso de no más de 4 metros de altura.
En fotografía y en las artes visuales se emplea la sensación térmica que producen los colores por ejemplo, para intensificar los sentimientos de un personaje. Esta se mide en kelvin (K), la unidad de temperatura del Sistema Internacional de Unidades empleada particularmente en trabajos científicos.
Como lo ilustra Nicolás Escobar, director de fotografía de diversas producciones de televisión y cine nacionales, contrario a lo que comúnmente se asimilaría, a menos Kelvin más cálido será el color y a más Kelvin más frío.
En los extremos están justamente el rojo (2.000K) y el azul (10.000K), los dos colores favoritos de Juan Camilo. Los tonos cálidos como los rojos y amarillos transmiten romanticismo, pasión, alegría, cercanía, peligro o violencia. En cambio, los tonos fríos como la gama de azules se emplean para generar emociones de frialdad, desapego, tristeza, misterio o calma.
Además del etalonaje, Juan Camilo y Camilo también hablaban sobre la corrección de color o saturación, otra técnica del proceso de postproducción. Ricardo Toledo, artista plástico y docente de la facultad de Artes Visuales de la Universidad Javeriana la describe con el siguiente paralelismo:
«Cuando uno graba varias voces en diferentes ambientes uno siente que hay unas muy altas, unas muy bajas, unas muy opacas o unas muy brillantes. Quien hace posproducción de sonido tiene que ecualizarlo. Eso es comparable con la postproducción de color. Se normaliza en las diferentes tomas de una película, [grabadas] en diferentes ambientes, momentos del día o con diferentes fuentes de luz, de tal forma que se sienta que no hay un sobresalto que le reste unidad o que sienta que [la película] está hecha a retazos».
En la aplicación de estas dos técnicas está el mayor reto. Lograr que la comunicación entre Juan Camilo y su equipo sea lo suficientemente descriptiva y clara, para que las emociones que él quiere transmitir sean las que logre la temperatura del color etalonado y corregido por los ojos David Arrieta y Camilo Portilla.
Una descripción extra en las etapas de pre y post producción, así como en la de grabación, para ‘Juanca’ nunca está de más. Detalles y explicaciones de lo aparentemente obvio a la vista nutren su labor como director. A la confianza, honestidad y meticulosidad de su equipo, se suma su creatividad, la memorización de los aspectos principales del guion y el conocimiento cinematográfico que desde niño ha absorbido como esponja.
El rojo y el azul son los colores que más le gustan, porque los relaciona con el cine y con el mar, y le encanta, le fascina el mar. Y, como nunca está demás una descripción extra, vale la pena ilustrar una como las que brinda Felipe Cano, matemático español en el libro Percepción y Color:
«Fue básico en la creación del mundo. Tal vez por eso es el color más querido […] respira con dificultad si se encuentra en un espacio cerrado, pero se ensancha, multiplicándose hasta el infinito, cuando sale a cielo abierto […] su frase más conocida: “yo mismo soy todos los horizontes […] Sin embargo a veces es demasiado frío en el trato con otros colores. Su actitud suele ser distante en especial con su color complementario. El rojo», el rey de la pasión número uno de Juanca. «El color de colores. Amado y odiado a partes iguales, no debe su popularidad a su buen carácter si no a su carisma canalla, ambicioso e intransigente. Si no puede ser el protagonista, prefiere no salir en escena, aunque si se lo propone no hay color que le haga sombra».